miércoles, 20 de febrero de 2013


Hermelinda Linda a continuación tiene su estudio exponente/disidente que esperamos sea bueno y absorbente. Está ante sus ojos una investigación “melodramática” que espera ser leída desde su mexicano recuerdo. Contiene absurdias y fobias. Le gusta conversar, es jocosa, sonora, fílmica, teatralizada y como ha de ser, hasta “videotizada”.
Participativamente el autor ha ideado distintos tipos de ser literario, académico e informativo. Cuando su lectura inicie, se irá juntando lo político con lo religioso, lo histórico con lo cultural; en esto sonarán cassettes noventeros y habrá algo o mucho del mexican panorama artístico historietil. El autor se entrelazará con su mexicano recuerdo, buceando siempre dentro de la honda miel editorial de los años sesenta y setenta. De todo se hará mella con tal de que se vea más claro; de tocho morocho con tal de presentar un contexto actualizado electrónicamente, via el ensayo libre, con lentes sociológicos, siempre tan lleno de consuelos y de fé; una fé audible, visible y ante todo académicamente risible.
Eso se ha propuesto. Habrán críticas. Y a riesgo de parecer atrevidas, me resta por decir que lo leído e intelegizado dentro de mi a m p l i a muestra, justifican todas esas razones que tuve para imprimir por fin, así, este filoso riesgo ¡tan tan!…

El autor final.



Nuestra historieta no viste, no da prestigio cultural, no adorna salas ni bibliotecas. Es un producto efímero, desechable. Se lleva en el bolsillo trasero del pantalón o en la bolsa del mandado. Se lee en el camión o en el metro. Se manosea y se tira. Se revende. Se alquila. Pasa de mano en mano. Termina en el fogón o en el cuarto de baño.
Los cómics se leen de soslayo y se esconden en el closet con cartas viejas y otros vicios ocultos. Sin embargo, para tres generaciones de mexicanos, los monitos han sido silabario y cartilla de lectura, lección de historia y fuente de educación sentimental, acceso a mundos exóticos y materia prima de los sueños, satisfacción vicaria de frustraciones económica, sociales y sexuales. Las historietas han creado ídolos y consagrado idolos, han fijado y dado esplendor al habla popular, han ratificado nuestro machismo y nuestra fe guadalupana.


Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra. Puros cuentos, la historia de la historieta en México 1874-1934 (Introducción). Grijalbo. México. 1988



Sobre mi decisión de abordar este tema, debo agradecer ante todo, la sólida aparición de las historietas que me llevó a juntar casi una centena entre Hermelindas y Anicetos. El otro tanto restante (que no son de Editormex), fueron de un botín arrumbado en el viejo mercado de la Cd. de Campeche, al que logré acceder fortuitamente gracias a las indicaciones de los locatarios aledaños al puesto. Pero regresando a mi fastuoso encuentro con las Hermelindas, la primera se la debo a mi huracán preciado de absurdía. Veámos como era aquella Hermelinda gritándome plegaria desde lo más hondo de su ser…


Las otras 14 me las “topé” en el mercado Lucas de Galvéz; entrando a la izquierda, tras las herramientas de plomería, verás a un hombre medianamente sesentón con el seño fruncido, tabaco en mano, peluquín y bigote marrón que lleva ya varios añejos vendiéndotelas a cinco pesos; vende las de Hermelinda, las de Aniceto, las minihermelindas, las miniburrerías, las minicárcel de mujeres, las peceras, otras de Editormex para adultos y las de disney para niños[1]. Un chispazo de ánimo decembrino, internet y la ayuda de duvé (mi prima de Cordoba, Veracrúz) fueron suficientes para que tratara con Delfino Casillas Romero; el coleccionista de la Doctores, quien hizo el favor de mandarme un tambache como de $1000 pesos entre hermelindas y otras de una serie que me recomendó convenciéndome, llamada Los superfríos de Editorial Meridiano, la cual se definía como una historieta de “humor macabro, negro y huesodélico”; digna competencia de la mafufona Hermelinda linda por aquél entonces.
Cuando fui al CONEL[2] en Queretaro, bajé al Df en hora y media y aproveché para contactar con Delfino por segunda vez. Le llamé y a las 2 horas nos vimos en la estación del metro Indios Verdes. Esa vez le compré solo 10 porque me las dejó a $40 pesos c/u, (con justa razón ya que eran los primeros números de Brujerías). Recuerdo que con $500 pesos que destiné para las historietas, me regresé sólo con 100 “flacos” a Queretaro pa´ luego encontrarme con mi escuadra y retacharnos al día siguiente a Mérida. Por todo lo relatado anteriormente, mi muestra general consta de diez Brujerías grandes (primeras ediciones), treinta y cinco Hermelindas grandes, ocho minihermelindas,



[1] Quiero comentar –actualizando- que en noviembre de 2009, cuando fui por eventualidades de día de muerto al mercado, el local de ese señor (al que tanto le compré y ni pude preguntarle su nombre), ya habia cerrado, cosa rara pero cierta. No me fue del todo agradable la noticia ya que para mi proceso final de lectura tesística, contaba con poder repartir dos o tres ejemplares a los lector@s evaluador@s. Ni modo, aquí quedará la muestra escrita de lo tanto que leí/ conseguí en el Lucás de Galvéz con el señor de bigote y peluquín marrón.
[2] Congreso Nacional de Estudiantes de Literatura, efectuado en la Ciudad de Queretaro del 21 al 23 de Marzo de 2007.

            En Hermelinda Linda ¿qué hace el hombre?, ¿qué la mujer? son solo cuestiones que se asientan de improviso como lo que ya se sabe, lo que los mexicanos atribuimos al masculino (presidente, policía, bastón, bombín, bigote) o al femenino (ama de casa, sirvienta, pompas ricas, labial, vedette, cocinera o ¿bruja?). Este apartado será explicado a partir del personaje. Cuando se ciña a la ideología no benigna y sí muy maligna (de la que habla Careaga más adelante en “que role el género”). En Hermelinda inda ¿será la mujer lo negativo?, lo que ¿no es tanto como el hombre pero tampoco como la mujer?.